lunes, 3 de agosto de 2009

MITOLOGIA PERUANA

En la segunda mitad del Siglo XV, el Imperio de los Incas estaba en su máximo esplendor.

La Dinastía de los Incas se inició alrededor del año 1.200, pero se tiene documentación a partir de la subida al trono incaico, de Pachacutec, en 1438.

Hoy perduran la lengua quechua y las creencias de tan importante esplendor, mitos y leyendas que dan cuenta del gran imperio; así como de otros temas pertenecientes a la historia del Perú, a la literatura y a la imaginación de los pueblos.

Principales dioses incas

  • Viracocha: Dios creador
  • Inti: Dios del sol
  • Mama Quilla: Diosa de la Luna, protectora de las mujeres.
  • Pacha Mama: Diosa de la tierra y de la fertilidad agrícola
  • Mama Sara: Diosa del alimento.
  • Pachacamac: Dios creador en la costa.
  • Mama Cocha: Diosa del mar.
  • Illapa: Dios del rayo y del relámpago.





La Leyenda del Lago Titicaca


El gran lago Titicaca, de aguas dulces, el más grande de Sudamérica, a cuatro mil metros de altura en el Altiplano, ubicado entre Bolivia y Perú, era para los Incas un lugar sagrado, pues creían que allí habían bajado los primeros hijos del sol.

Cuenta la leyenda que en esa meseta estaba construida una gran ciudad, tan rica y poderosa, que sus pobladores se creían que todo el mundo debía mostrar sumisión ante ellos.

Llegaron a ella un grupo de andrajosos indios a quienes despreciaron y pedían que se fueran.

Estos indios andrajosos les profetizaron la destrucción de la ciudad a causa de terremotos, el agua y el fuego. Los pobladores de la ciudad se burlaron de estas predicciones y los expulsaron a golpes.

Sin embargo, los sacerdotes quedaron preocupados. Algunos hasta se fueron de la ciudad y se radicaron en el templo de la colina.

La gente de la ciudad se burló también de ellos.

Llegó un día en que el cielo y la tierra se hallaron bañados por una luz roja que despedía una nube. Luego se escuchó un relámpago y un tremendo trueno, y la tierra se abrió. Quedaron edificios de piedra en pìe, pero comenzó a caer una lluvia roja, la tierra volvió a abrirse y uno a uno fueron cayendo las fuertes construcciones, los canales de riego se destruyeron, los ríos se desbordaron e inundaron lo poco que quedaba de la ciudad cuyos habitantes eran tan arrogantes y orgullosos.

Las aguas cubrieron todo, y desde ese momento se formó un gran lago sobre lo que fue la admirada y jactanciosa ciudad. Así se formó el Lago Titicaca. Sólo se salvaron los sacerdotes, pues ni el terremoto ni las aguas pudieron arrasar el Templo de la Colina, y quedó ese lugar como una isla, que hoy se llama Isla del Sol.

También se salvaron los indios harapientos que observaron preocupados, desde un lugar alto, la gran destrucción de la bella ciudad. De ellos nacieron los callawayas, que viven en el Altiplano y son los curanderos de grandes habilidades.


Viejo Amaru


Había en un tiempo, una tribu llamada Amaru, que habitaba en los Andes, en un amplio, fértil y protegido valle, separado de otros, por tierras áridas y desérticas, por lo que tenías muy poco contacto con personas de otras tribus.

Esta tribu era famosa por la calidad de su maíz y de los vegetales que cosechaban.

El jefe era una anciano llamado Amaru Inca, padre de cuatro bellas hijas. Éstas tenían varios pretendientes, pero el padre no consentía en que ninguna de ellas se casara, pues tenía decidido enviarlas al Templo del Sol en el Cuzco, para servir al Padre de los Incas.

Un día llegó un nuevo pretendiente, que venía del valle de Waman, después de pedir consejo a la Pachamama, la Madre Tierra, a solicitar desposar a la hija mayor para formar una nueva tribu fecunda e importante. Pero el anciano lo rechazó y lo echó indignado, diciendo que sus hijas valían más de lo que alguien pudiera ofrecer.

El joven se marchó muy triste. Le reclamó a la Pachamama que lo había aconsejado mal, y se dirigió a los lagos que daban agua y fertilidad al valle de Amaru, y allí rogaba que lo ayudaran a vengarse de la humillación sufrida. Pedía que perdiera la fertilidad el valle, que las tierras se secaran y las cosechas se perdieran.

Cuando el muchacho regresó a su hogar y contó lo sucedido, su padre también se encolerizó y dio orden de que cerraran el paso en el camino que comunicaba su valle con el de Amaru.

Rápidamente, los habitantes de Amaru comenzaron a sentir las consecuencias de los ruegos de venganza del joven. Comenzó una gran sequía, los manantiales se secaron, las plantas se marchitaban, y los frutos se destruían antes de la recolección. Los arroyos que bajaban de los lagos se anegaban de arena y rocas.

Los habitantes tuvieron que realizar el cavado de un nuevo canal para que el agua del lago llegara y atravesara el valle. Ese es el único arroyo que atraviesa el valle y lleva el nombre de Viejo Amaru recordando estos sucesos.

Algunos habitantes del valle se dirigieron a Waman para atacarlos, se enfrentaron y hubo heridos de ambos lados, pero finalmente regresaron a su tierra. Y desde esos hechos, mientras que en muchos pueblos no está bien visto casarse con forasteros de otros valles, en Amaru se considera de mal augurio no hacerlo.


Ollantay


Ollantay era un guerrero admirado y querido por todos. Llegó a conocer al Inca y a su familia, y al conocer a su hija Cusi-Coyllur (que significa "la estrella") , se enamoró perdidamente de ella. Pero estos amores fueron desgraciados, pues a pesar de ser un General importante, Ollantay era poca cosa para aspirar a desposar a la hija del Inca, quien podía aspirar a casarse solamente con alguien de su misma clase social, aunque la joven también correspondía a esos amores.

Los jóvenes decidieron consultar al sacerdote supremo, Willac-Uma, sobre cómo hacer ante los sentimientos que se profesaban.

El venerable anciano se espantó y les señaló que el Inca y su familia eran de origen divino, mientras que Ollantay era un simple mortal, por lo que no podían llevar adelante esos amores.

Los jóvenes decidieron no hacer oídos a los consejos del anciano sacerdote y desobedecer las leyes del Imperio, y se casaron en secreto.

Tiempo después, Cusi-Coyllur quiso ir a visitar a su padre, y prepararlo para la noticia de su matrimonio, creyendo que al verlos felices, aceptaría los hechos.

Cuando los jóvenes comenzaron a plantearle a Pachacutec que se querían, sólo de conocer que querían unirse, se enfadó sobremanera, recriminándoles que conocían las leyes incaicas. Dijo que enviaría a Cusi-Coyllur al Templo de Acllahuasi, la casa de la sacerdotisa suprema del Sol, y ordenó a Ollantay ir a su acuartelamiento.

Ninguno de los jóvenes se atrevió a enfrentarlo, ni le contaron de su matrimonio secreto y de que Cusi-Coyllur estaba esperando un hijo, pues sabían que se los condenaría a la muerte, de hacerlo en ese momento.

Partieron, pues, Ollantay hacia sus cuarteles, y Cusi-Coyllur hacia el Templo del Sol.

Pasados unos meses, Cusi-Coyllur, que era tratada bien por las otras mujeres, dio a luz a una niña, a la que llamó Ima-Sumac ("La más bella"). Se la quitaron inmediatamente, para llevarla a otra parte del Templo.

Ollantay, en sus cuarteles, estuvo preso de una gran melancolía, y razonando los hechos, llegó a la conclusión de que las leyes del Imperio Incaico eran injustas. Reunió a un grupo de guerreros y marchó hacia Ollantay-Tampu, en el Valle Sagrado de los Incas, decidido a rebelarse contra Pachacutec.

Los guerreros de Ollantay vencieron al ejército del Inca y ocuparon la fortaleza.

Pero un general del Inca, Ruminawi ("Ojo de piedra"), simulando ser desertor, se unió a los guerreros de Ollantay, y cuando éstos dormían, rendidos por las luchas, éste abrió las puertas a los soldados del Inca, que rápidamente redujeron a los durmientes.

El rebelde y su lugarteniente Urco-Warranca fueron enviados encadenados al Cuzco.

En el camino vieron llegar a un mensajero, que traía la noticia de la muerte del Inca Pachacutec, diciendo que al día siguiente asumiría su hijo Túpac Yupanqui, y que quería recibir a los prisioneros.

El prisionero Ollantay, preocupado por la situación en que se encontraba, la poco honorable muerte que le esperaba, y el ignorar qué había sido de su esposa y de su hija, fue llevado al mediodía ante el nuevo Inca, al que conocía desde chico.

Cuándo el Inca Túpac Yupanqui le increpó por su rebelión, Ollantay expuso sus ideas, diciendo que no se rebeló contra el Inca sino contra las injustas leyes del imperio, que un hombre puede ser Dios y otro simplemente humano, y que no se pueden unir ambos. Dijo también que esas leyes no sostenían el imperio, sino que el Imperio se mantenía a pesar de ellas.

El joven Inca lo miró, y dijo que esas palabras coincidían con lo que él siempre había pensado, por lo que lo perdonó y declaró un hombre libre con sus títulos y honores. Hizo traer a su hermana Cusi-Coyllur, declarando que era la esposa legítima de Ollantay, así como la hija, de su legítimo matrimonio.

Así, Ollantay y Cusi-Coyllur se radicaron en el Cuzco y vivieron allí, y formaron una familia que sirvió al imperio durante muchos años.



El Inca

Pachacutec, dios de todas las cosas y Hacedor Supremo, dispuso en cierta ocasión que el Sol y la Luna, siempre tan distantes el uno del otro, tuvieran contacto, siquiera por unos momentos, y se conocieran para entablar amistad. Y tal como lo dispuso sucedió.

El Sol y la Luna se acercaron, y los hombres, entonces, ajenos a los designios del Supremo Hacedor, comprobaron únicamente que una enorme mancha oscura aparecía sobre la superficie del astro rey. Esta sombra, que aterrorizó a todos los humanos, persistió mientras la Luna y el Sol estuvieron juntos para conocerse y amarse.

Antes de separarse, nacieron de sus amores dos hijos: un varón, fuerte y dorado de piel, y una delicada y pálida doncella de misteriosa belleza. Ambos predestinados a cumplir en el mundo una difícil misión. Se establecieron en el lago Sagrado, de donde recibieron del Sol las órdenes de dominar el mundo y convertir a los hombres en siervos del rey de los astros.

Los dos hermanos, obedientes a la consigna recibida, marcharon por el mundo y se encontraron con la presencia de unos hombres cubiertos con pieles de animales salvajes, hambrientos y luchadores, como las mismas fieras. Comprendieron entonces que su misión consistiría en redimirlos de aquella esclavitud de la naturaleza indomable, y decidieron enseñarles el contenido de una nueva vida.

El hijo del Sol subió a lo alto de la colina Huanacauti, y desde la misma cima habló a todos los hombres que le escuchaban en las laderas. Les hizo saber que él era hijo del gran astro que daba la vida al mundo y que venía enviado por su padre para enseñarles a trabajar y a formar una sociedad en la que llegarían a gozar de una vida mil veces mejor.

Mientras esto hablaba a los hombres el hijo del Sol, su hermana se dirigía a las mujeres en el mismo sentido, dándose a conocer como enviada e hija de la Luna. Las reunió en el llano y les prometió enseñarles a vivir una existencia mejor por medio del amor, la bondad y la prudencia.

Los hombres y las mujeres, desde aquel día, empezaron a cambiar su vida y agradecieron el favor que los hijos del Sol les habían hecho redimiéndolos. A él le llamaron "Inca"; es decir, emperador, príncipe, suprema jerarquía. Y a ella, Mamauchic, o lo que es igual, "madre nuestra". Pero conforme pasaban los días y crecía el agradecimiento de los hombres hacia el enviado del Sol, se sentían más inclinados a adorarle y a demostrarle el amor que le profesaban con un sin fin de adjetivos que fueron poco a poco añadiendo a su nombre. Le llamaron Manco-Capac, que quiere decir "rico en justicia y en bondad", y también Zapallan-Inca, que significa "señor de los señores".

Desde el río Pancarpata al Apurimac, los hombres iban construyendo el Imperio Inca bajo las indicaciones de Manco-Capac. Las cabañas de barro y paja poblaron poco a poco todo el Tahuantin, que desde entonces empezó a llamarse Hanan y Hurin Cuzco. Los campos eran trabajados de tal forma, que todos podían comer hasta saciarse. Eran los hombres los encargados de la labranza y los que proporcionaban, por lo tanto, la comida, mientras las mujeres, que habían aprendido a hilar, tejían los vestidos.

En poco tiempo, la vida de los Incas quedó perfectamente organizada, convirtiéndose socialmente en un pueblo admirable: tenían sus hogares seguros, comían en abundancia y se abrigaban del frío en invierno, sin necesidad de luchar con las fieras.

El Sol, entonces, comprendió que su hijo había cumplido ya su misión en el mundo, y quiso arrebatarlo de allí. Manco-Capac, como un ser humano cualquiera, cayó enfermo y entró en agonía rápidamente. Previendo su muerte, todos los habitantes del Cuzco, entristecidos, fueron desfilando ante su lecho para despedirse de él. Los sacerdotes y los soldados no podían contener el llanto.

Y Manco-Capac, viendo la tristeza de todos, trataba de consolarles y hasta su último momento estuvo aconsejando que se mantuvieran, como hasta aquel momento, fieles cumplidores de sus deberes; que, para mantener entre todos la paz y la armonía, se comportaran bien entre sí y trabajasen. Que no robaran nunca y que no mintieran, porque cualquier cosa mala que hicieran tendría para ellos consecuencias fatídicas.

Así murió Manco-Capac, a quien su padre, el Sol, reclamaba para sí. Pero aseguran los habitantes de Cuzco que nunca desde entonces se olvidaron de él y que cumplieron fielmente sus consejos.


Cuychi (El arco iris)

Los Incas llamaban al arco iris Cuychi o Yaya carui o Turu manya.

Temían su presencia como presagio de muerte, enfermedades o desgracias. Para ellos provenía del Sol. Y habían construido un lugar en Qoricancha.

Fray Martín de Murua expresa sobre el Cuychi:

El arco del cielo, a quien llamaban cuychi, les fue siempre cosa horrenda y espantable, y temían por lo que les parecía las más veces para morir o venirles algún mal. Reverenciábanlo y no osaban alzar los ojos hacia él. Si lo miraban no se atrevían a señalarlo con el dedo, entendiendo que se morirían o que se les entraría en la barriga, y tomaban tierra y untábanse con ella la cara y la parte y lugar donde les parecía que caía el pie del arco; le tenían por cosa temerosa, y que allí había alguna huaca u otra cosa digna de reverencia. Otros decían que salía el arco de algún manantial o fuente y que si pasaba por algún indio, moriría o le sucederían desastres y enfermedades.

El Tinkuy Curamba


Aquí, nos cuenta Marco, se realiza cada 22 de junio, desde hace cinco años el Tinkuy Curamba, al estilo del Inti Raymi, para celebrar el encuentro de los chancas con las huestes del inca Pachacútec. Ya hace unos años, Thierrry Jamin, sí el expedicionario francés que descubrió y estudió Pusharo, señaló que “Curamba fue uno de los grandes centros mineros del Tahuantinsuyo. Más de mil hornos utilizados para la fundición de cobre, plata y oro recuerdan aún la actividad industrial de esta ciudad minera conectada a las ciudades incas de Sondor, Cochacajas, Inkatambo, Ccoriwayrachina, Choquequirao, o Vilcabamba. Curamba constituyó, después de la invasión española, uno de los refugios de los incas rebeldes”. Sin duda, un lugar en el que las investigaciones deben, por lo menos, empezar ya. ¿Y el INC?

Se inicia la apasionante Ruta del Sol


Nuestros amigos de Perú Aventura de Cable Mágico Deportes ya están con las motos listas para partir en la segunda expedición sobre ruedas por la Ruta del Sol, que unirá esta vez al Perú con Ecuador y Colombia. La primera expedición Por la Ruta de Almagro fue todo un éxito y quieren repetir el plato con este segundo documental que partirá el día 3 de octubre de Trujillo rumbo a Quito, Guayaquil, Bogotá y Cartagena a fin de lograr la integración de los pueblos a través del deporte, la aventura, la historia, la ecología y, fundamentalmente, las riquezas turísticas


AMANTANI

Cuenta la antigua leyenda Inca, que al principio de los tiempos, el Dios Wiracocha salió del lago Titicaca y creó al sol, a la tierra y al hombre.

Al este de la península Capachica y a unos 40 km de la ciudad de Puno, se eleva de las profundas aguas azules del Titicaca la Isla de Amantaní.

Desde lejos se vislumbran los andénes antiguos, construidos en tiempos precolombinos. En la isla se pueden admirar sitios sagrados de las culturas preincaicas Pukara y Lupaka y de la cultura Inca.

Hasta mediados del siglo XX la isla fue tierra de haciendas. Al fin, después de varias sublevaciones, el pueblo amantaneño logró expulsar los terratenientes y adquirir las tierras.

Actualmente viven alrededor de 4000 personas en la isla. En su mayoría son campesinos, que hablan su lengua nativa quechua y castellano.
Al igual que sus antepasados viven en casas de adobe (la mayoría de ellas sin corriente eléctrica) y se dedican a la crianza de ovejas y a la agricultura. En los innumerables andénes cultivan papa, oca, cebada y "el cereal de los Incas": la quinua

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