Dejamos atrás Cusco, perdidos en la nostalgia de tiempos remotos, con la vista situada en los lejanos valles sagrados que nos conducirán por la historia inca, siguiendo los cursos de los ríos hasta Pisaq y Ollantaytambo y guiados por el armonioso vuelo del cóndor.
El Urubamba dibuja con su cauce formas sagradas y místicas, señales de una civilización que dejó labrada su historia en las más altas cumbres andinas a las que podremos llegar por el camino del Inca, paso a paso, por las mismas vías del tren durante 32 kilómetros hasta llegar a Aguas Calientes, la puerta de entrada al majestuoso Machu Picchu.
Pero no es éste un camino normal, pues hoy no tomaremos ni el tren que nos suba hasta las cumbres, ni recorreremos durante tres días aquellas montañas dejando a nuestros pies todos aquellos valles. Hoy nuestro viaje nos llevará por los cielos peruanos, en vuelo de Cuzco a Machu Picchu, donde más cerca podamos sentirnos de ese pasado inolvidable. Dejarnos llevar por los cielos incas mecidos por las suaves y cálidas palabras del mejor compañero de travesía que jamás podamos imaginar: Pablo Neruda… palabras mélódicas que visten de terciopelo el arte en piedra de un legado espiritual…
Oculto entre agrestes montañas; resguardado durante siglos de las miradas furtivas del Mundo; protegido por la Madre Naturaleza. Es el Machu Picchu, un asentamiento que los incas construyeron durante el siglo XV como mausoleo para Pachakuteq, fundador del Imperio Tawantinsuyu.
Machu Picchu, señor de las cumbres de los Andes, tiene ese aroma de fascinación que desprenden todas las ciudades que durante siglos se perdieron por el hambre depredadora de la selva; oculta entre las rocas y la vegetación, mágica en su trono, hasta que en el año 1911, Bingham, la dominó, descubriendo al mundo sus maravillas. Leyendas que en un sólo instante se hicieron realidad, años de cultura inca que se mostraron al mundo en el momento en que Machu Picchu reapareció.
Cansado del viaje a Cuzco, la ansiedad por conocer esta Nueva Maravilla del Mundo, me hace permanecer alerta, con unas ganas inmensas de sentir algo extraordinario. Al día siguiente, el tren me dejará a los mismos pies del Machu Picchu, en el pueblo de Aguas Calientes, donde nos recibirán, como en tantos pueblos turísticos que viven de una maravilla mundial, con sus tradicionales mercadillos y sus puestos ambulantes, desde los que nos intentarán vender entre más y más regateos. Serán 4 horas de tren que nos conducirá por bellísimos parajes, subiendo lentamente por la Cordillera mientras más y más abajo se va quedando la ciudad imperial de Cuzco. Desde Aguas Calientes un autobús nos llevará durante 20 minutos hasta la ciudad inca.
Para los que buscan auténticas emociones y revivir la aventura de llegar hasta Machu Picchu como siempre lo hicieron quienes poblaron todo el valle del Urubamba existe un sendero que lleva directamente desde Cuzco hasta la cima, conocido como el “Camino Inca” o Real, jalonado por antiguos puestos de control, por ruinas incas, y por hermosísimos miradores y paisajes. Son 4 días de largas caminatas en los que se atraviesan bosques llenos de aves exóticas, túneles que parecen horadar la cordillera y noches a la intemperie o en tiendas de campaña. Pero la experiencia no puede ser más enriquecedora, porque el resultado final, el destino al que llegamos bien desde este Camino Real o bien en tren y autobús, es sencillamente magnífico en su simpleza.
El momento de ver por primera vez Machu Picchu encoge el alma. No sólo por la magia o el poder oculto que desprenden sus piedras, sino por el entorno; por la magnífica bendición de las cumbres envueltas en nubes de los Andes. Cientos de preguntas se agolpan entonces en la cabeza: ¿cómo, por qué, dónde fueron los incas?, pero rápidamente volvemos a la realidad y empezamos ansiosos la visita a la ciudad inca.
Dividida en dos, entre el barrio alto o hanan y el barrio bajo o Hurín. Es el intihuatana el que nos marca el recorrido por la parte alta, porque es su símbolo, es ese monumento misterioso del que apenas se sabe nada, y que bien podría identificarse como un observatorio astronómico o bien podría ser un altar. Junto a él, palacios y el Templo del Sol. Pero es la parte sur la más pobre, aquella en que se concentran las casas de los más pobres y sus talleres.
Sin embargo, lo mejor aún queda por verlo. Aquel punto desde donde tantas y tanas fotografías del Machu Picchu han sido tomadas: el Wayna Picchu o Montaña Joven, oculto tras la roca sargada del Santuario, en la parte norte de la ciudad. Desde allí, desde la cumbre del Wayna Picchu a la que se asciende por una escalinata, obtendremos unas fotos maravillosas, entre brumas, entre aire puro, entre montañas aguerridas y cascadas que caen cientos de metros más abajo.
Es allí donde descubrimos el verdadero sentido de Machu Picchu, su verdadero misterio. Donde vivimos el sagrado destino del silencio, fundidos en un sólo Ser con la Naturaleza.