martes, 22 de septiembre de 2009

TOREROS DE AQUIA

Los Toreros de Aquia


Los primeros días de octubre, el pueblo de Aquia (provincia de Bolognesi, Ancash) celebra la fiesta de su patrón San Miguel Arcángel. Procesiones, corridas de toros y hasta la captura del Inca Atahualpa, son algunas de las costumbres y estampas folclóricas que año a año se repiten en esta generosa tierra de altura.
Hace algunos años, cubrí la festividad para el Diario Oficial El Peruano (www.editoraperu.com). La siguiente es una de las crónicas inspiradas en aquel viaje.

No hay matadores vestidos de luces ni banderilleros de fintas elegantes. Quizás nunca los habrá, porque la plaza de toros no es una plaza de toros, es el patio de la escuela de lunes a viernes y el estadio del pueblo los fines de semana.

Eso lo saben todos en Aquia... ¡bah!, pero no importa, igual, siempre hay corrida en honor a San Miguel Arcángel, aunque nunca falta una víctima de los mazazos de embriaguez del "chinguirito", la chicha y la cerveza, que grita gol en lugar de olé y pide penal cada vez que el astado hace volar en el área a su enemigo.

Y es que todo puede suceder cuando la plaza de toros no es una plaza de toros; entonces, los camiones se convierten en imporvisados y salvadores burladeros, mientras los devotos del arcángel -valeroso vencedor del maligno y de un aluvión que quiso arrasar el pueblo- en entusiastas y osados cultores de la tauromaquia.

Drama. "Sí, todo puede suceder. No es broma", racalcan los pobladores de Aquia (provincia de Bolognesi-Ancash) y por ahí alguien narra el drama con final feliz de Sócrates Rodríguez, un personaje ilustre que sufrió una terrible cornada "hace un montón de años".

Hay quienes dicen que el hecho oucrrió hace 50 años. Otros, aseguran, que fue hace más de 60, pero más allá de las confusiones en el tiempo, todos coinciden en que el pobre Sócrates fue prácticamente eviscerado por un toro inmenso como una montaña.

La vida se le escapaba por la herida sangrante. No había médico en el pueblo. Desesperación, alarma, rostros compungidos..., "hasta que apareció una curiosa (curandera), cogió una aguja cualquiera, ensartó una hebra de hilo y empezó a coserlo. Sóctrates quedó como si nada hubiera pasado. Vivió muchos años", refiera una anciana.

Jolgorio. Revienta un cohetón. Vibran los cerros y se aceleran los corazones, porque los toros reconocen la cancha y estrenan sus embestidas..., y se arma el desorden, y es que sólo hay un capote para más de una decena de toreros que saltan, corren despavoridos y se esconden en cualquier sitio.

El público ríe o se asusta o destapa una boltella de cerveza. La corrida está en ebullición, los toros son bravos, los devotos valientes, por eso el pueblo se ha quedado desierto. La cancha está llena, hay gente por todos lados: sobre las paredes de piedra, las laderas de los cerros, los muros de la escuela.

Vuelve el orden. Desfile de los capitanes -personajes que representan a los "conquistadores" españoles- que hacen cabriolas y piruetas en sus finísimos caballos que bailan al son de las notas orquestadas por unos músicos extremadamente cansados y ojerosos... después de cuatro noches interminables de fiesta y jolgorio.

Al final de la jornada, el toro que ganaba por goleada terminó perdiendo por abandono, según la despistada opinión del tambaleante aficionado, quien no tuvo más remedio que olvidarse de la borrachera y ponerse a correr al mejor estilo de un velocista de los 100 metros planos, cuando el animal se hartó de la corrida, se escapó del estadio y buscó un refugio en las "tribunas".

La corrida terminó y el pueblo entero salió de esa plaza de toros que no es y quizás nunca será una verdadera plaza de toros; pero sí un patio de lunes a viernes y un estadio los fines de semana.

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