jueves, 24 de septiembre de 2009

PAITITI LA CIUDAD PERDIDA

Dicen en el Cusco que más allá de los límites con la selva se levantan las ruinas del Gran Paititi, una ciudad incaica que conserva, entre sus mohosos muros, los tesoros que los últimos miembros de la elite inca escondieran ante la conquista española.

Investigadores y creyentes, han sostenido que la palabra es de origen quechua y que significaría "como él" o "igual a ese". El "otro", "ese", "él", no sería sino el Cusco mismo. Es decir, que una traducción literal del término al castellano sería "como el Cusco", la ciudad impeiral.

Para el escritor peruano Ruben Iwaki Ordoñez, autor de un "clásico" en el tema, no cabe la menor duda de que el Paititi es una ciudad incaica y contenedora de estatuas de oro de inmenso valor. Según Ordoñez, en ella se escondieron los tesoros cusqueños cuando los españoles invadieron el Perú. Esta hipótesis es la que más ha calado en el imaginario cusqueño de la actualidad y es, como puede advertirse, la que posee raíces más coloniales.

Pero existe otra teoría que puede que sea la que se acerca más a la realidad, y que sostiene que el Paititi fue un reino amazónico, una avanzada cultura de la selva, superior a las demás y con una vasta influencia, que los incas conquistaron culturalmente haciéndoles adoptar sus leyes, costumbres, vestidos e idolatrías.

La tradición oral le da al Paititi dos posibilidades: la primera (más lógica y posible), que sea uno o varios yacimientos arqueológicos (ruinas) perdidos en la selva; y la segunda (más imaginaria, pero con una fuerte dosis inconsciente de resistencia), que sea una ciudad en la se conservan los auténticos incas descendientes del viejo Tahuantinsuyu, esperando el momento adecuado para reeditar el perdido esplendor.

Si bien todos coinciden en ubicarlo hacia el oriente del Cusco, existen discrepancias muy marcadas entre los investigadores. El "oriente" es muy extenso; por lo tanto, sindicar esa dirección sin especificar (justificadamente) un sitio concreto, de poco sirve. Generalizaciones de este tipo lo único que promueven es la catalogación de cualquier resto arqueológico con la atractiva etiqueta de "Paititi". Cosa que ya ha ocurrido en el pasado, y sigue ocurriendo.

Tras comparar las hipótesis más conocidas, y de gran circulación en la actualidad (tanto de forma escrita como oral), hemos podido detectar que dos sectores son los que se disputan la posesión de la tan mentada "ciudadela" incaica.

El primero es el que corresponde a la denominada Meseta del Pantiacolla. Ésta se levanta en territorio peruano, en el actual Departamento de Madre de Dios, y generalmente es la preferida por los cusqueños. Los autores que se encolumnan detrás de esta hipótesis son: Ruben Iwaki Ordoñez; el anónimo, esotérico y delirante "Brother Philip"; el Padre Juan Carlos Polentini Wester; el explorador arequipeño Carlos Neuenschwander; Fernando Aparicio Bueno y el historiador y restaurador cusqueño Enrique Palomino Díaz. Todos ellos afirman que habría que circunscribir el área de búsqueda en la zona determinada por los 13º - 12º Latitud Sur y los 72º -71º Longitud Oeste (territorio enmarcado por los ríos Manú, al norte; Madre de Dios al oeste; y Paucartambo al sur).

Otros creen que si del Paititi queda algo, debemos buscarlo mucho más hacia el Este. La región de la famosa meseta no fue sino un corredor, un lugar de paso, que condujera a los incas hacia lo que hoy día serían territorios del norte de Bolivia y oeste de Brasil. Arribamos, entonces, al segundo sector en cuestión.Los documentos coloniales que hacen referencia de manera más específica al Paititi, dicen ubicarlo a unas 200 leguas de Cusco (aprox. 1.100 Km al Este). Los historiadores que apoyan esta hipótesis fundan sus dichos amparados en estas fuentes escritas de los siglos XVI y XVII (que dan distancias aproximadas, nombran ríos y señalan accidentes geográficos), y no tanto en la tradición oral que circula hoy en la sierra. Dos de los más reconocidos investigadores que defienden esta posición son: el historiador argentino Roberto Levillier y el cusqueño Daniel Heredia.

El romántico sueño de las ciudades perdidas perdura, y las espesas selvas podrían albergar todavía restos de ciudadelas no catalogadas. Toda esa zona a la que se llega remontando el cauce los ríos Vilcabamba y Pampaconas, es una verdadera mina sin explotar. Son muchas las referencias que los lugareños hacen respecto de muros, palacios y templos que ocasionalmente encuentran tapados por la espesura, pero a los que luego pocos se animan a ir, y menos aún denunciar. Como de manera muy acertada dijera un especialista norteamericano, destacado por la Universidad de California en Cusco: "Si los historiadores y arqueólogos europeos, que mueren por un simple jarrón o plato de origen griego, supieran lo que se puede encontrar en estos valles, cambiarían de especialidad. ¡Estamos hablando de ciudades enteras, y pocos saben o creen en ello!".

Muchas ciudades perdidas esperan todavía ser descubiertas. Casi todos los años nuevos restos arqueológicos, antes no tenidos en cuenta, nos obligan a re-escribir parte de la historia de este continente. Quizás las ruinas del Paititi estén aguardando a su Hiram Bingham para salir de las brumas en las que ha estado durante tanto tiempo.

Lo cierto es que hoy ya no negamos que los incas se internaron mucho más adentro en la selva de lo que suponíamos, y que es lógico pensar que levantaran en esos territorios fortalezas y puestos de avanzada. La ciudad de Vilcabamba "La Vieja", y las decenas de construcciones incas erigidas en la selva tropical, constituyen una prueba objetiva del alto grado de adaptabilidad que tuvieron los cusqueños. Por otra parte, las enormes dificultades que experimentamos al ingresar en esa zona de resistencia (precipicios, ríos impetuosos, calor insoportable, insectos, denso follaje) ha sembrado la duda sobre que la última dinastía quechua rebelde haya terminado efectivamente en 1572, al caer Vilcabamba en poder de los españoles. Es muy probable que los incas residuales (aquellos que lograron sobrevivir a la captura de Túpac Amaru I) hayan podido huir y conservar hasta mediados del siglo XVIII su aislado predominio, protegidos por la selva y los desbordes de los ríos.







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