Pero de acuerdo a la nota publicada por la revista limeña Caretas, nada menos que 100 mil personas concurren a la fiesta, y la mayoría de ellas se ubica fuera del lugar de ceremonias, Sacsayhuamán. El resultado es un creciente deterioro del lugar, que tras la celebración queda transformado en un verdadero basural, y que puede terminar sufriendo daños graves. Algo similar pasa en Machu Picchu, donde algunas de las paredes de la ciudadela están en peligro de derrumbe por el exceso de turistas.
Frente a estos problemas, la periodista autora de la nota, Teresina Muñoz-Nájar, se pregunta si ya no es necesario trasladar el festival hacia un lugar donde no dañe un patrimonio arqueológico. En tanto tradición inventada, más de uno pensará que el cambio no debería repercutir demasiado en la celebración, que guarda no más que un remoto parentesco con la original, ya que ni siquiera se celebraba en ese lugar. Pero por desgracia, lo más probable es que se siga haciendo en el lugar actual hasta que haya daños irreparables. Y eso parece ser la general de la ley en Cusco: con un camino del Inca casi devastado y Machu Picchui en problemas -sin contar las crónicas dificultades que se viven en Aguas Calientes- se acerca el momento de tomar decisiones que seguramente deberán decidir que privilegiar: el patrimonio histórico o la industria turística.