domingo, 6 de septiembre de 2009

MACHU PICCHU Y LOS 3 CERROS


Sentado en el bus, a diez minutos de Aguas Calientes, contemplaba las gigantescas formaciones rocosas llenas de vegetación que parecían resguardar un tesoro ancestral. Me sentía ansioso por llegar a él, como si fuera mi primera vez. Y es que ésta era diferente: Machu Picchu era ahora una de las 7 Maravillas del Mundo. Este es el relato de mis tres días, desde tres cimas, alrededor de la Ciudad Sagrada de los Incas.


Machu Picchu, el "Cerro Viejo"

Cruzando el ingreso al santuario, comencé a subir junto con los demás turistas por el camino de piedras. Eran las 6:30 AM y los rayos del Sol todavía no alcanzaban la altura de los cerros que nos rodeaban. La gente estaba apurada por llegar. Hacia un lado vi un camino por el que no iba nadie y pensé que talvez me llevaría a una vista de la ciudadela menos cargada de turistas. Decidí ir por allí.

Luego de veinte minutos de subida, las piedras empotradas en el cerro formaban una escalinata más empinada entre la densa vegetación. No sabía exactamente dónde estaba ni hacia dónde me dirigía. Los árboles tapaban la vista. Pensaba que talvez era mejor regresar, pero también quería saber qué había más arriba. ¡El bichito aventurero!

Tras una hora de agotadora subida ya no habían árboles. De pronto me encontré ante un paisaje abrumador. Había llegado a la cima (2,795 m.s.n.m.), justo cuando los primeros rayos del Sol comenzaban a caer sobre el cañón del río Urubamba. El espectacular paisaje me hizo olvidar el dolor de las piernas y la dificultad para respirar. Me acerqué al borde del precipicio y me senté sobre una roca. Jamás había presenciado tal belleza.

Machu Picchu al amanecer

Ciudadela de Picchu


Me quedé en la cima hasta las cuatro de la tarde, ya que quería aprovechar los efectos de la luz del Sol a medida que avanzara el día. De rato en rato aparecían turistas (no fueron más de doce). Se sorprendían que yo estuviese allí, me acompañaban un rato, conversábamos un poco y se iban. El último fue David Orr, un jóven arqueólogo irlandés, que me advirtió que a las cinco cerraban el complejo y que sería mejor bajar. Aquel día ya no pude ingresar a la ciudadela, pero me sentía tan "cargado de naturaleza", que estaba más que satisfecho por la jornada.

Mientras descendíamos David me explicaba que el cerro en el que nos encontrábamos se llamaba Machu Picchu y que la ciudadela, cuyo nombre original fue Picchu, fue construída en la cresta del cerro, y de ahí su nombre. Antes de despedirnos me contó sobre Putucusi y en ese instante el bichito aventurero me volvió a picar.
Día 2: Putucusi, la "Montaña Feliz"

Muy temprano seguí a pie la ruta del tren y a pocos minutos de Aguas Calientes, encontré un letrero que señalaba el acceso al cerro Putucusi. Ya habiendo iniciado el ascenso, me encontré rodeado por frondosa vegetación. El sendero estaba ensombrecido por los árboles y solo unos cuantos rayos de Sol lograban filtrarse.

Pensaba erróneamente que si había logrado llegar al pico más alto del santuario, éste sería más fácil. Sucede que fue la subida más difícil de todas, debido a que las paredes de la montaña son prácticamente verticales, con escaleras de madera en pendientes de 80 y 90 grados, otras metálicas enclavadas en la roca, incluso una escalera interminable (de casi 5 pisos de altura). Sufrí mucho más y a pesar que el recorrido fue de 1.5 Km, debo haber tardado casi dos horas en llegar a la cima (2,592 m.s.n.m.). Desde lo alto, el Putucusi me recompensó con un hermoso paisaje. Tal como dijo David, desde allí la ciudadela, vista lateralmente, tomaba la forma de ave.

Machu Picchu desde la cima del Putucusi


Lo que nunca entendí fue por qué la traducción de Putucusi es "Montaña Feliz". Con esa subida tan riesgosa y esa atroz bajada, debería llamarse "Montaña de la Muerte" o algo así. Hace unos días rescataron a un turista noruego que cayó diez metros subiendo una de las escalinatas. Gracias a Dios, logré bajar la montaña sin problemas y de regreso a Aguas Calientes, por la ruta del tren, me encontré con David que se iba caminando hacia un poblado vecino. Me preguntó:
- ¿Qué tal la subida?
- Muy dura - le respondí.
- Te falta el Huayna Picchu, ¿verdad?
- Sí... ¡el Huayna Picchu!

Huayna Picchu, el "Cerro Joven"

Con frío y un poco de sueño me encontraba en el extremo norte de la ciudadela de Picchu, esperando junto a otros 399 turistas, a que sean las siete de la mañana, para poder iniciar la subida al cerro más conocido (y fotogénico) del santuario. Aunque el clima no era del todo propicio (una tímida lluvia caía sobre nosotros y eso significaba que el camino podría ponerse resbaloso), todos esperábamos ansiosamente que abrieran el portón de madera. Mientras esperaba podía oir los distintos dialectos de turistas provenientes de todas partes del mundo. Algo así debió haber sido la Torre de Babel... pensaba. Abrieron el portón de madera. En estricto orden, firmamos el libro de visitas y empezó el ascenso.


Al inicio el trayecto estaba rodeado de árboles y la típica vegetación de ceja de Selva. A medida que nos acercábamos a la pared del Huayna Picchu, ya se divisaba la escalera de piedra que deberíamos subir para llegar a la ansiada cima. El cielo seguía nublado y eso me tenía preocupado, ya que quería mis tomas iluminadas por la luz directa del Sol. Tal como temía, varios tramos de la subida estaban resbalosos, por la lluvia. Había que pisar firme antes de subir al siguiente peldaño. A cuarenta minutos pude fotear al Putucusi. No se veía tan peligroso desde allí.

Tras una hora y media de subida, cansado y emocionado a la vez, llegué por fin a la cima (2,667 m.s.n.m.). Se marcaba un hito en mi vida. Un reto personal. Me sentía parte de esa foto clásica de Machu Picchu con el cerro Huayna Picchu detrás. Y parado allí en la cumbre, sobre la gran roca, me sentía capaz de lograr cualquier cosa, y a su vez, me sentía el hombre más solitario de la Tierra.




Cerro Machu Picchu y ciudadela

¿Qué es lo que se pierde al cruzar una frontera?

Esa misma tarde, sentado en el bus de regreso a Aguas Calientes, rodeado de las gigantescas formaciones rocosas que forman el cañón del Río Urubamba, me sentía extraño. En mi mente, revivía esos tres increibles días en el santuario, las personas que pude conocer, la belleza del paisaje andino. Me sentía triste por dejar todo aquello. Sin embargo, ya me sentía emocionado por mi siguiente destino: el altiplano.

Recordé el relato de Lucía Severino de su viaje a Machu Picchu y pude entender, finalmente, la frase del Che Guevara extraída de sus Diarios: "¿Qué es lo que se pierde al cruzar una frontera?, cada momento parece partido en dos, melancolía por lo que queda atrás y por otro lado, todo el entusiasmo por entrar en tierras nuevas".

Atardecer en Machu Picchu

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